lunedì 17 giugno 2013

Lisboa



Pasar un fin de semana con vosotros es acercarse a la verdad de la vida.

Dos días a vuestro lado significan volver a sentir que has conocido gente que te completa. Es saber que has tenido mucha suerte de coincidir con personas tan especiales. Y te hace tocar la felicidad, que necesita de tan poco, pero a la vez de tantos detalles.

Salir de fiesta en Lisboa es reír tanto que piensas que no has hecho otra cosa en dos días y medio. Me doy cuenta de que la química que unió a personas tan distintas siempre seguirá viva, y que no importan años ni experiencias que medien, porque Roma permanecerá con fuerza.

Pasarlo tan y tan bien te remite a la nostalgia del pasado pero también del presente, porque lo que estás sintiendo en este momento es tan singular, tan especial, tan fuera de lo que sueles, con gente a la que ves tan poco, que te da pena que dure lo que dura.

Es darte cuenta de que aun no ha terminado un Erasmus, porque todavía te queda un universo por conocer en cada persona que sigue acompañándote (¡aunque no las llame nunca, porque soy un perdido!). Me parece injusto poner nombres. Primero porque todos habéis sido esenciales. Después, porque quienes no han podido estar en Lisboa sí han estado en nuestra memoria. Me cuesta contenerme a la hora de recordarlo.

Al final, llegar a casa es revivir momentos que sé que sobrevolarán las cervezas cuando volvamos a juntarnos alrededor de la mesa. Las espinillas del cerdo tras jugar en la playa. La camisa del persianas volando y la mano de su mujer atrapándola al aire antes de la tormenta. La suma de dientes de toda la plaza, los ronquidos del sevillano y Posadilla que se queda en tierra. La presidenta, seis años después, con un marido que le hace justicia. Con lo que cuesta. Piccolo pasándola fuerte para putear en un rondo. Olor a sardina, horizontes de tejas y música que nos encantará traducir. El sombrero y las tetas de puro músculo, y otro iPhone que se queda en Lisboa.  Eso sí, con la puerta de la habitación cerrada, por fin. Palomas que casi vuelcan una mesa, amigos que vuelcan a amigos sobre la playa de una discoteca. Rondas y más rondas de cerveza, ginginha y gintonic.

Y por último, lo fundamental: la mejor anfitriona que uno puede tener. Aquella que te quiere más de lo que nunca imaginaste, y que te regala un trozo de su tierra para que pases unos días maravillosos.