Entramos de los primeros al jardín del aperitivo tras estudiar las posibilidades fornicatorias del entorno. Si Laboratore tenía a tiro la consumación, podría elegir entre un idílico jardín con piscina o un sórdido descampado donde probablemente se encuentren enterrados docenas de kosovares, travolos y gente así. El aperitivo tiene poca relevancia en esta historia, fue bueno y tuvo lo que debe tener, o sea, mariconaditas raras que acompañen el vino.
El aperitivo es un momento para tantear el terreno. Se trata de estimar cuanta gente te acompañaría en una conga, calcular si habrá otros grupos de borrachos que van a gritar cuando tú berrees e intentar adivinar con quien te tienes que juntar para que pasen cosas. Por supuesto, si vas a pescar, tambien es tiempo de detectar si el ganado está con novio o va fresco, contar las copar que bebe la soltera del vestido rojo y echar alguna mirada cerda.
Siendo una mayoría de gente "mayor" la que había, y estando el aperitivo a campo abierto, el mejor momento para empezar a rebuznar era la entrada al salón. Antes de que la mitad de la gente estuviera sentada nuestra mesa empezó a gritar, a ondear las servilletas y a decir cerdadas a las madres de los novios, que es algo que generalmente está mal visto pero que en las bodas está permitido e incluso aplaudido.
El jaleo padre llegó antes de los postres, cuando le dimos entrega de nuestro regalo mierdoso. Con el temazo icónico de los cerdos erasmus montamos un baile absolutamente improvisado por entre las mesas. Se unió, por supuesto, Edu, pero tambien Rebeca, a quien hay que agradecerle que diera juego.
El papel de regalo de Princesas Disney se iba cayendo mientras bailábamos, descubriendo la mierda de cinta americana y el cartón rajado de la caja, incapaz de aguantar el peso de la cantidad de monedas que había. Como el novio es el más burro de todos, empezó a jugar con la caja como si fuera un balón de baloncesto, y como los demás íbamos cocidísimos ya, no le advertimos de la fragilidad del contenido. La peña, que había empezado aplaudiendo, ya no entendía nada. Al abrirse la caja, la hucha estaba rota y se cayeron un porrón de monedas. A nadie le importó, a Edu el que menos, que se puso medio cerdo como sombrero y siguió bailando.
Había sido un momento para la leyenda y todavía quedaba la barra libre...
giovedì 27 settembre 2012
martedì 25 settembre 2012
Cerdoboda (1)
Hay escenas que retratan a personajes. El salón tenía que cerrar, las luces se apagaban y el gorila ucraniano echaba del palacete a los invitados como quien barre la mierda del portal de su casa. Evidentemente, no a todos. No a nuestros protagonistas.
Mientras un par de ellos buscaban la piscina para darse un chapuzón, otros dos intentaban esconderse en el baño para poder echar un último trago cuando todo estuviera desierto. Por su parte, el protagonista del cotarro, el novio, venido arriba como nunca, le ofrecía el dinero que quisiera al DJ con tal de seguir la fiesta. La novia lo zanjó con una sonrisa y cinco palabras: "Mi marido ha bebido demasiado". Fue glorioso. Nos echaron, pero fue glorioso.
La horda de supervivientes se dirigió entonces al casino pastoreada por quien menos podía commendar -los más yonkis de la jornada- mientras nuestro laboratore sopesaba si el solar descampado era suficientemente íntimo como para poner a cuatro patas a su musa. Dada la hora que era, y no previendo nada bueno, el casino nos cerró las vallas en los morros, pero nos importó poco. Un poco de música desde los coches, el típico par de botellas que aparece de la nada y la gentileza de los suegros de nuestro hombre, que fueron a por churros y porras, nos dejaron cerrar la noche con una sonrisa en la cara y una pedrada en el casino.
Antes había pasado de todo, como marca el manual de las buenas bodas. La previa del novio no sabemos como fue, pero la de los invitados fue impresentable. A una hora del deadline pedíamos la sexta cerveza en un bar a 30 quilómetros de la iglesia. Por supuesto, íbamos sin duchar ni vestir y con aliento a alcantarilla, pero con la confianza (con la fe) de que aquello no nos impediría cumplir con el horario.
Erramos. Laboratore monopolizó uno de los baños maquillándose y depilándose las ingles, Piccolo solo se preocupaba de seguir con su avituallamiento, Porco estaba enchufado a la Fórmula 1 en gallumbos, el Sir se burlaba a gritos de Laboratore y yo, que había confiado en que alguien supiera hacer un triste nudo de corbata, me peleaba con el traje y con los lazos. Envolvimos el regalo con papel de Princesas Disney y cinta aislante. Pillamos el coche a 10 minutos vista del inicio de la ceremonia cerveza en mano y con el papel de regalo ya roto. Los intentos por camuflar nuestro cerdismo fueron en vano, porque tal cual nos sentamos en la iglesia las tías que estaban detrás susurraron un acusador "estos tíos son unos borrachos".
Nos importó poco. Piccolo y Porco se fueron a beber y a confraternizar con gente del pueblo, a los que quedamos dentro nos dieron un par de ataques de risa y cuando el cura cerró la misa abandonamos la iglesia gritando vivas a los novios. Aquello no podía salir mal.
Mientras un par de ellos buscaban la piscina para darse un chapuzón, otros dos intentaban esconderse en el baño para poder echar un último trago cuando todo estuviera desierto. Por su parte, el protagonista del cotarro, el novio, venido arriba como nunca, le ofrecía el dinero que quisiera al DJ con tal de seguir la fiesta. La novia lo zanjó con una sonrisa y cinco palabras: "Mi marido ha bebido demasiado". Fue glorioso. Nos echaron, pero fue glorioso.
La horda de supervivientes se dirigió entonces al casino pastoreada por quien menos podía commendar -los más yonkis de la jornada- mientras nuestro laboratore sopesaba si el solar descampado era suficientemente íntimo como para poner a cuatro patas a su musa. Dada la hora que era, y no previendo nada bueno, el casino nos cerró las vallas en los morros, pero nos importó poco. Un poco de música desde los coches, el típico par de botellas que aparece de la nada y la gentileza de los suegros de nuestro hombre, que fueron a por churros y porras, nos dejaron cerrar la noche con una sonrisa en la cara y una pedrada en el casino.
Antes había pasado de todo, como marca el manual de las buenas bodas. La previa del novio no sabemos como fue, pero la de los invitados fue impresentable. A una hora del deadline pedíamos la sexta cerveza en un bar a 30 quilómetros de la iglesia. Por supuesto, íbamos sin duchar ni vestir y con aliento a alcantarilla, pero con la confianza (con la fe) de que aquello no nos impediría cumplir con el horario.
Erramos. Laboratore monopolizó uno de los baños maquillándose y depilándose las ingles, Piccolo solo se preocupaba de seguir con su avituallamiento, Porco estaba enchufado a la Fórmula 1 en gallumbos, el Sir se burlaba a gritos de Laboratore y yo, que había confiado en que alguien supiera hacer un triste nudo de corbata, me peleaba con el traje y con los lazos. Envolvimos el regalo con papel de Princesas Disney y cinta aislante. Pillamos el coche a 10 minutos vista del inicio de la ceremonia cerveza en mano y con el papel de regalo ya roto. Los intentos por camuflar nuestro cerdismo fueron en vano, porque tal cual nos sentamos en la iglesia las tías que estaban detrás susurraron un acusador "estos tíos son unos borrachos".
Nos importó poco. Piccolo y Porco se fueron a beber y a confraternizar con gente del pueblo, a los que quedamos dentro nos dieron un par de ataques de risa y cuando el cura cerró la misa abandonamos la iglesia gritando vivas a los novios. Aquello no podía salir mal.
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