Entramos de los primeros al jardín del aperitivo tras estudiar las posibilidades fornicatorias del entorno. Si Laboratore tenía a tiro la consumación, podría elegir entre un idílico jardín con piscina o un sórdido descampado donde probablemente se encuentren enterrados docenas de kosovares, travolos y gente así. El aperitivo tiene poca relevancia en esta historia, fue bueno y tuvo lo que debe tener, o sea, mariconaditas raras que acompañen el vino.
El aperitivo es un momento para tantear el terreno. Se trata de estimar cuanta gente te acompañaría en una conga, calcular si habrá otros grupos de borrachos que van a gritar cuando tú berrees e intentar adivinar con quien te tienes que juntar para que pasen cosas. Por supuesto, si vas a pescar, tambien es tiempo de detectar si el ganado está con novio o va fresco, contar las copar que bebe la soltera del vestido rojo y echar alguna mirada cerda.
Siendo una mayoría de gente "mayor" la que había, y estando el aperitivo a campo abierto, el mejor momento para empezar a rebuznar era la entrada al salón. Antes de que la mitad de la gente estuviera sentada nuestra mesa empezó a gritar, a ondear las servilletas y a decir cerdadas a las madres de los novios, que es algo que generalmente está mal visto pero que en las bodas está permitido e incluso aplaudido.
El jaleo padre llegó antes de los postres, cuando le dimos entrega de nuestro regalo mierdoso. Con el temazo icónico de los cerdos erasmus montamos un baile absolutamente improvisado por entre las mesas. Se unió, por supuesto, Edu, pero tambien Rebeca, a quien hay que agradecerle que diera juego.
El papel de regalo de Princesas Disney se iba cayendo mientras bailábamos, descubriendo la mierda de cinta americana y el cartón rajado de la caja, incapaz de aguantar el peso de la cantidad de monedas que había. Como el novio es el más burro de todos, empezó a jugar con la caja como si fuera un balón de baloncesto, y como los demás íbamos cocidísimos ya, no le advertimos de la fragilidad del contenido. La peña, que había empezado aplaudiendo, ya no entendía nada. Al abrirse la caja, la hucha estaba rota y se cayeron un porrón de monedas. A nadie le importó, a Edu el que menos, que se puso medio cerdo como sombrero y siguió bailando.
Había sido un momento para la leyenda y todavía quedaba la barra libre...
giovedì 27 settembre 2012
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